Borregos

Hoy esta entrada la realizo a dos manos, las de Álvaro Cerro Valcárcel, enfermero del hospital la Paz de Madrid y delegado de salud laboral, compañero del Máster Universitario en administración sanitaria de la UNED/ENS y otra oveja negra, de las que me pirra tener en mi rebaño particular.
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Si la semana pasada hablábamos de ovejas negras… esta semana prefiero hablar de borregos. De esos animalillos simpáticos y bonachones que deciden ir siempre en rebaño allá donde les manden, sin oponerse más allá de un par de balidos.

Custodiados siempre por un perro pastor, que sigue la suerte de órdenes de su amo, con sus ladridos y carreras, reconduce siempre al rebaño por más que dos o tres se salgan del redil. Y es que queridos lectores, eso mismo pasa en los grupos humanos.

Ya cuando nos hablaban sobre la presión de grupo en la adolescencia, veíamos cómo la opinión mayoritaria en ocasiones marchita las ideas y las iniciativas de aquellos que quieren pertenecer a un grupo determinado, pero que ven peligrar su adhesión por llevar la contraria a la corriente general. Sin embargo esta presión ya madura, no es tanto por dejar de pertenecer al grupo como por alterar esa paz interior que se alcanza cuando se llega a un punto intermedio de tranquilidad. Es esa bendita moda que llaman ahora «salir de la zona de confort», que, dicho sea de paso, no es lo habitual ni lo fácil, pues nuestro cerebro prefiere seguir en el constructo del yo, que es puro instinto de supervivencia y ante el cambio, ante el posible abandono de la rutina, ante la incertidumbre -sin apellido de positiva o negativa- va a hacer lo imposible para no salirse del rebaño pues ello implica el consumo de ciertos recursos y el empleo de ciertas herramientas de no uso frecuente.

 

rebaño

Lo vemos a diario en la prensa y la sociedad, subidas de impuestos, recortes, bajada de salarios… y la gente no parece que se eche a la calle (bueno últimamente muchos ya están rebasando ese nivel de paz interior y sí que están saliendo a la calle) pero cuesta movilizar al rebaño, sin embargo, pasiones como el futbol reúnen en cada logro o evento deportivo a miles y miles de seguidores… paradójico cuanto menos. Y es que la ideología, esa actitud tan visceral, es capaz de eclipsar la razón cuando es el miedo el perro que guía al rebaño. Como ya preconizara David Hume, parecen ser las pasiones más que la razón las que dirigen la conducta del ser humano. Pero ya sabemos que eso no es del todo cierto.

Estos días he asistido a un efecto dominó, de personas adultas, sensatas, profesionales, que se quejan en los pasillos pero cuando toca pasar a la acción reculan… mejor lo dejamos así, mejor no hacemos nada, ¿y si…? ¿Qué nos pasa? ¿Por qué tenemos tanto miedo a un cambio? ¿Por qué no echamos a andar para saber si el camino accesorio es un atajo? porque somos borregos. Y líbreme dios de que se interprete como un insulto, no, pero somos borregos, porque al final, actuamos como respuesta a los cuatro ladridos del que grita más alto que cree portar la razón absoluta, y que con sus movimientos nos lleva de nuevo a donde quiere. ¿Nos cuesta ser críticos? Increíble comprobar en personas cultas, formadas, que incluso destacan en sus ámbitos de desempeño por su talento, pierden su sentido crítico y su capacidad de reflexión y dejan nublar su buen juicio por el miedo al cambio, el terror a la incertidumbre, la opinión general a volapié, el qué dirán o la comodidad de obtener una recompensa, aunque sea mediocre, antes que cambiar los medios para que dicho premio tenga un sentido y sea realmente un logro más allá del ego.

Está claro que si, esta sociedad desde bien pequeños nos instruye para seguir un camino marcado… hay que estudiar esto, entender esto otro, hacer así y no hacer asá… y claro, cuando eres ya adulto, te dices ¿y para qué coño voy a cambiar? mejor me quedo como estoy, no arriesgo, y si acaso que se partan la cara otros que si consiguen algo, ya me llegará mi turno… ¿os suena? esto es como las huelgas que se puede estar a favor o en contra, pero siempre habrá que quien estando más que a favor, prefiere pasar a un segundo plano, que ya otros lucharán por conseguir el objetivo para todos. Es algo muy de nuestro refranero: «perro ladrador, poco mordedor». Los que más critican, casi siempre sin ánimo constructivo, frecuentemente en el pasillo, en la cafetería o a la oreja del amigo de pandilla, suelen ignorar el poder de la palabra, de la que muchos se ausentan, de lo significativo de mostrarse como uno es y hacer uso de la capacidad reflexiva y crítica no como arma de destrucción masiva, sino como la argamasa del cambio, de la flecha que indica otro camino.

Normalmente esa avanzadilla, son las ovejas negras, que, como dice un amigo mío… quizá no sean ovejas negras, sino lobos… con piel de cordero (negro). Y es que el lobo no es el perro, siempre fiel al amo, al calor de la chimenea, presto a la orden a cambio de la caricia en el lomo. El lobo aguarda bajo la lluvia, el frío, la noche sin dormir, en su instinto indómito, en su soledad, la oportunidad que le ofrece la vida para cambiar su suerte.

 

lobo cordero

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